
miércoles, 13 de junio de 2007
Los premios se conceden en una ceremonia celebrada anualmente el 10 de diciembre, fecha en que Alfred Nobel murió en Estocolmo, Suecia. La entrega del Premio Nobel de la Paz se realiza en Oslo, Noruega. Los nombres de los laureados, sin embargo, suelen ser anunciados en octubre por los diversos comités e instituciones que actúan como de tribunales de selección de los premios.
Junto con los Premios se entrega un importante premio económico, actualmente unos 10 millones de coronas suecas (algo más de un millón de euros). La finalidad de esta suma es evitar las preocupaciones económicas del laureado para que así pueda desarrollar mejor sus futuros trabajos. (En realidad, bastantes de los ganadores se habían retirado bastantes años antes de ganar el premio; y muchos de los ganadores del Premio Nobel de Literatura han sido silenciados por él, aún siendo jóvenes) Los diversos campos en los que se conceden premios son los siguientes:
Física (decidido por la Real Academia Sueca de Ciencias)
Química (decidido por la Real Academia Sueca de Ciencias)
Fisiología o Medicina (decidido por Instituto Karolinska)
Literatura (decidido por la Academia Sueca)
En las Ciencias el Premio más alto es el PREMIO NOBEL, el cual este año cumplió 103 años y sigue siendo la mayor recompensa a la investigación. Como todos los años, se otorgaron los premios en las tres ciencias escogidas por Alfred Nobel: Física, Química y Fisiología o Medicina.
FÍSICA
Frank Wilczek de MIT, David Gross de Santa Bárbara, California, y David Politzer, del Instituto Tecnológico de Pasadena, recibieron este año el Premio Nobel de Física. Los tres físicos vienen trabajando desde los años 70 en un problema del llamado 'modelo estándar' en la física de partículas subatómicas. Al medir las fuerzas que mantienen la estructura del átomo, las ecuaciones daban resultados infinitos, debido a que se consideraba un incremento de la fuerza a medida que se acerca al centro de la partícula.
David J. Gross
H. David Politzer

Platero y yo. Juan Ramón Jiménez
Nos metimos las manos en los bolsillos, sin querer, y la frente sintió el fino aleteo de la sombra fresca, igual que cuando se entra en un pinar espeso. Las gallinas se fueron recogiendo en su escalera amparada, una a una. Alrededor, el campo enlutó su verde, cual si el velo morado del altar mayor lo cobijase. Se vio, blanco, el mar lejano, y algunas estrellas lucieron, pálidas. ¡Cómo iban trocando blancura por blancura las azoteas! Los que estábamos en ellas nos gritábamos cosas de ingenio mejor o peor, pequeños y oscuros en aquel silencio reducido del eclipse.
Mirábamos el sol con todo: con los gemelos de teatro, con el anteojo de larga vista, con una botella, con un cristal ahumado; y desde todas partes: desde el mirador, desde la escalera del corral, desde la ventana del granero, desde la cancela del patio, por sus cristales granas y azules...
Al ocultarse el sol que, un momento antes, todo lo hacía dos, tres, cien veces más grande y mejor con sus complicaciones de luz y oro, todo, sin la transición larga del crepúsculo, lo dejaba solo y pobre, como si hubiera cambiado onzas primero y luego plata por cobre. Era el pueblo como un perro chico, mohoso y ya sin cambio. ¡Qué tristes y qué pequeñas las calles, las plazas, la torre, los caminos de los montes!
Juan Ramón Jiménez Platero y yo (Elegía Andaluza) 1907-1916
